Los niños de barrio en los años 80 nacimos en un Madrid que estaba explotando en todas las direcciones. Además, cabalgábamos por sucias calles mañana y tarde, esquivando cucarachas y alguna que otra rata. La banda sonora de nuestras vidas la componían adolescentes de pelo largo y cardado que siempre hablaban de sus «movidas». Crecimos viendo en casa a Espinete y en la calle a la heroína. Vivíamos sin miedo a nada y con respeto a todo y a todos.
Nuestros padres eran fuertes, nuestros abuelos habían sido mucho más fuertes y nosotros comenzábamos a ser débiles, aunque eso lo hemos descubierto más tarde. Tus obligaciones en la casa se regían según la edad de tus hermanos, si eras el mayor protegías, si eras el pequeño pedías ayuda y aprendías a defenderte, no había otra. La vida transcurría lentamente en los barrios, entre cuerdas de tender y señoras que hablaban de una ventana a otra.
El barrio
El barrio lo era todo, absolutamente todo. Éramos niños y mas allá de nuestra calle se acababa el mundo. Lo demás no importaba. Predominaba la ley del más fuerte. Si te daban una hostia te la quedabas y te ibas con ella a casa, pero decírselo a tu madre nunca, eso era de chivatos. Y mientras tanto todo continuaba como si nada.
El lunes al colegio, al puto colegio, otra vez. A ver la cara de aquellos profesores. Los mismos que todavía te daban con la regla en la mano o te tiraban del pelo a la altura de la patilla. Si pudiera coger ahora del pecho a más de uno…me darían unas cuantas explicaciones, ya lo creo. Han pasado más de 30 años y todavía no quiero verlos, no por miedo a ellos, más por miedo a mi.
En la calle
Por las tardes a jugar en la calle. Eso si que molaba. Nosotros teníamos plaza de arena, éramos unos suertudos. Las madres, que cada año contrataban un camión de arena nuevo, días más tarde la removían con los pies para ver si había jeringuillas. Si encontraban alguna, sacaban un papel, la cogían y a la basura. De encontrarla nosotros, gritábamos como señal de alarma para que vinieran ellas. Era una norma no escrita, como todas las normas del barrio. Algunos niños se pincharon jugando. La heroína trajo estas cosas, si te enganchabas a ella el premio casi siempre era palmarla, lo vimos muchas veces en caras conocidas. Pero en otras ocasiones el premio le tocaba a quien no lo quería. Esto era el barrio y su, a veces, tirana vida.
Nuestros abuelos paseaban por allí. Siempre expectantes. Si veían una mala compañía acudían al rescate. Ellos habían vivido lo suyo y reconocían a los malos con una mirada de soslayo. Era increíble, nunca se equivocaban. Además, alguien nos había contado que los viejos vivieron ya lo suyo en una guerra. Parecía imposible, se llevaban muy bien entre todos. ¡Joder, si se ayudaban con cualquier cosa! ¿Cómo se iban a pelear entre ellos? ¡Imposible!
Los 80
Yo, en la década de los 80, las únicas guerras de las que sabía tenían por munición a los globos de agua y se hacían en agosto. Y a subir empapado a casa, o con barro, o con las rodilleras del chándal rotas, otra vez. Mamá refunfuñaba pero nunca me regañó por ensuciarme, es como si todos entendiésemos que a nuestra edad eso era lo que teníamos que hacer. Ella siempre estaba en casa dispuesta a todo, con su sonrisa habitual para nosotros. Si alguna vez la molestábamos nos presentaba a la zapatilla, a la suya. No pasó nada por unos cuantos zapatillazos, nos vinieron de maravilla y nos hicieron mejores personas, os lo aseguro.
Pero papá nunca estaba. No, no. No se confundan. Siempre en el trabajo, en uno de los tres trabajos que tenía, quiero decir. Y le sentíamos al marchar temprano con aquel refrescante olor a masaje para después del afeitado. Y ya está. Papá solo trabajaba, y trabajaba, y trabajaba. Papá nos hizo crecer, no nos vio crecer.
Y nosotros allí, en el barrio. Con nuestra pandilla. Si llovía jugabas en casa con un amigo, en la tuya o en la suya, eso daba igual. Era maravilloso ir a casa de tus amigos y ver como las madres se llamaban por teléfono. «Tranquila ya está aquí. ¿Se queda a cenar? ¿Le gustan los huevos fritos?». Que si, que cenábamos huevos fritos. Y aquí estamos.
El verano del barrio
En los años 80, el verano consistía en calle, calle, calle y más calle. Allí se experimentaba todo, lo bueno y lo menos bueno. No hay nada de lo que aprendí allí que no me haya valido después. Los chicos jugábamos al fútbol, a las chapas y a los cromos. Las chicas a la goma, a las muñecas y a la calle-lle 24. Y después nos juntábamos todos para jugar al escondite, al inglés y al normal, el que más apeteciera. Allí no había distinciones, a todos nos tocaba «pringar» y si no, más tarde los sufríamos con el beso, la verdad o el atrevimiento. Eso si que era igualdad, la del barrio entero, allí no había distinciones.
El barrio nunca vuelve
Ahora miras para atrás y parece estar todo muy lejano. Vuelves al barrio de vez en cuando para asegurarte que fue allí donde tus padres tuvieron que sufrir de lo lindo para sacarte adelante. Sin teléfonos móviles, sin más opciones que el sudor de su frente y un espíritu de sacrificio descomunal. Y sin vacaciones de verano en la playa durante años, hasta que por fin llegaron. Eso si, no se las pedimos nunca porque a nosotros nos llevaban a la piscina un par de veces al mes, teníamos suerte.
Eso eran los años 80, mis años 80. Si de algo estoy seguro es de que no volvería a pasar por ellos, pero si tuviera que hacerlo sería aprendiendo de todas las cosas exactamente igual que en su momento. No por gusto, más bien por todo lo memorizado para poder afrontar la vida después. No cambiaría nada, excepto una infancia apasionante. Solamente por que hay algo que no volverá, la felicidad de la inocencia que perdí en las calles del barrio.
Sed felices 😉
Puta verdad como un templo!!! esos dias de verano si que duraban 24 horas!!! calle calle y mas calle!!
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[…] grandes estrategas del barrio en los años 80 se fraguaban en interminables partidas de cromos. Aquellas divertidas competiciones donde […]
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[…] día de hoy, y esto ya son melancolías de un cuarentón, no recuerdo una serie educativa de este nivel y nada que se le aproxime. Sirva como homenaje este […]
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[…] lo menos ya no es como en los años 80, que las ciudades del interior del país se quedaban desoladas con los comercios cubiertos por […]
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[…] progresión de los mismos. Unos personajes que en mi caso, me han obligado a rememorar parte de mi infancia. Pero sobre todo, los innumerables buenos momentos que disfruté mientras pasaba las hojas de […]
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[…] le miraba desde mi nueva corta estatura. Ahora caminábamos por una acera estrecha del Madrid de los años 80, bajo la sombra de los árboles de un conocido parque. Sin saber por qué, instintivamente le daba […]
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[…] ningún éxito en el alumnado. A lo mejor en el quinto libro podrían haberse dado cuenta, pero en los años 80, había cierta creencia en que la base del aprendizaje era la repetición por […]
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[…] es martes y son las ocho de la tarde. Además, hay que recoger a los niños, bañarlos y darles de […]
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